viernes, 3 de julio de 2009

Cocinar para vivir (en sociedad)

En: El País, 3 de julio

El libro del biólogo bilbaíno Eduardo Angulo reconstruye la historia del arte culinario desde el hombre primitivo hasta los tiempos del rey Midas

Cocinar (o comer) para vivir. Es la tesis oculta en el libro El animal que cocina, del biólogo Eduardo Angulo. El autor desarrolla en esta obra un ameno inventario sobre qué comían los seres humanos desde su origen hasta la época del rey Midas. Angulo, además, imagina con humor cómo preparaban esos alimentos.

Crujiente de termitas sobre cama de ajos aplastados, Sorbete de huesos con tuétano en bolsa de cuero, Milhojas de cereal fermentado y tostado (o sea, pan), Carne asada en un hoyo o Ardilla a la piedra con aroma de cebollitas son ejemplos de las recetas primitivas que Angulo recoge en el libro que ha subtitulado Gastronomía para homínidos. El autor reconstruye los platos en 42 fórmulas -agrupadas en entrantes, pescados, carnes, postres y complementos- a partir de restos encontrados por los arqueólogos y paleontólogos. Todas esas recetas se apoyan en la hipótesis de que "aquello que les gustaba comer a los homínidos configura la base de nuestros gustos actuales".

Sea como fuese, este original recetario es producto de un trabajo de investigación que Angulo califica de "apasionante". La premisa de la investigación parte de que cuando el simio se "cayó" del árbol, hace unos siete millones de años, no cambió de dieta, sino que continuó ingiriendo lo que ya conocía: frutas, hojas, tallos tiernos y otras hierbas del campo, que completó más tarde cuando aprendió a cavar con un palo raíces y tubérculos. No despreciaba insectos, caracoles, babosas, anfibios, reptiles y hasta pequeños mamíferos como ratones y musarañas, como tampoco hacía ascos a la carroña, con su carne seca o medio putrefacta y sus huesos con rico tuétano. "Comían todo lo que pillaban", explica Angulo, convencido de que incluso practicaban la geofagia -ingesta de tierra- para incorporar minerales a la dieta.

Según el biólogo, el gran salto en la evolución del hombre se dio cuando empezó a comer carne (proteínas) que se asimila con menos energía del organismo: la energía liberada sirvió para desarrollar el cerebro. De acuerdo con este punto de vista, las dietas puramente vegetarianas no son saludables, al menos para la masa gris.

La importancia de la alfarería

Al principio, el homínido comenzó a preparar los alimentos de una forma sencilla: lavando los tubérculos con agua de mar, abriendo los moluscos con una piedra o un trozo de madera y mezclando alimentos como un trozo de carroña o pescado un poco pasado con algunas hierbas, antecedente del gusto por las especias. Y así, poco a poco, mezcla a mezcla, de manera inconsciente, fundó el arte culinario. El descubrimiento del fuego, que le permitió asar la carne, no implicó la inmediata cocción de todos los alimentos. Según Angulo, pasaría mucho tiempo hasta que lograse controlar las llamas para tostar semillas o frutos secos, o hacer tortas o pan, así como a cocer con piedras calientes en hoyos cavados en el suelo o en recipientes hechos de hierbas y cuero.

El siguiente salto está vinculado a la alfarería, que en un principio se usaba para almacenar alimentos y no para cocinar. En el momento -nadie sabe muy bien cómo ocurrió- en que potes, pucheros y cazuelas sirvieron para cocinar, estofar y otras técnicas culinarias quedó preparado el escenario para un estallido de creatividad imparable, cuyas manifestaciones contemporáneas suponen un grado máximo de sofisticación y aplicación de la técnica científica a los fogones.

Pocos inventos son más importantes que el arte de cocinar, según Angulo, que respalda las tesis que sostienen que ese afán elevó la existencia del hombre de un nivel esencialmente animal a otro más humano y que incluso lo impulsó a comunicarse y, por tanto, a desarrollar el lenguaje.

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